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A veces el cine mexicano es aleccionador. Me refiero a una película en la que Julio Alemán es el Regente de la Ciudad de México y, por azares del destino tiene que pasar un largo fin de semana fuera de su burbuja y le toca vivir la ciudad como a cualquier mortal: viaja en transporte público, enfrenta la delincuencia y cualquier cantidad de problemáticas citadinas. Por supuesto el personaje interpretado por Alemán aprende una extraña lección: el es un servidor público y su obligación es, ni más ni menos, servir al público.
¿Qué pasaría si por alguna razón Marcelo Ebrard tuviera que dejar su zona de confort un par de días y enfrentar la realidad como cualquier chilango? ¿Se desenvolvería igual si tuviera que hablar por si mismo y no sólo leer los discursos que le escriben sus empleados? ¿Y si tuviera que viajar en un Micro, con las rodillas pegadas al pecho y una bolsa de mandado en la cabeza?¿Tendría el estoicismo necesario para padecer, como todo un hombre, un vagón del Metro o de Metrobús en hora pico?¿Cómo se sentiría si no tuviera agua para darse un regaderazo en la mañana, antes de llegar a su oficina en el Ayuntamiento?
Sabemos que nada de esto ocurrirá y que las lecciones aprendidas por el Regente ficticio nunca serán asimiladas por un jefe de gobierno que aspira a ser presidente de este país. Sin embargo, valdría la pena hacerle llegar una copia de la cinta, para ver si entiende que sumergido en una impenetrable burbuja y con una postura autoritaria como la que ha tomado respecto al proyecto de la Super Vía Poniente, se pone del lado opuesto al espíritu de la democracia... que tanto pregonan los políticos cuando están en campaña.
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